Cuando escuché por primera vez la palabra gallega me temí
que tuviera un cierto matiz despectivo. Anduve preguntando y no encontré una
respuesta que me aclarara lo suficiente. La razón la comprendí más tarde. Es
frecuente encontrarlos en la zona de las Rías Bajas pero no abundan en el resto
de la bella región del “finis terrae”.
Lo que pude colegir luego es que se trataba de viñeros que
con un número reducido de cepas hacían la reserva para su uso particular y
calculaban qué cantidad podían vender del excedente. Unos lo vendían a bodegas
mayores, pero muchos preferían adecuar un rincón, de ahí creo que viene lo de
furancho, de la propia vivienda para en un par de mesas servirlo en jarras a vecinos
o visitantes. Como prácticamente nadie bebe sin algo que comer, el empapante le
llaman en algunos sitios, el vino se acompañaba de algo que se hacía en la
lareira, que no es otra cosa que el hogar o chimenea. Unos chorizos asados,
alguna tortilla con patatas propias y
huevos de las gallinas del corral. Y poco más.
Cuando llega la hora de las comidas y me sirvo un vasito de
este vino honrado, no dejo de tener un recuerdo para los responsables de esta
dura labor. ¿Qué por qué se llama Sacra la Ribera? A nadie le extrañará que
durante siglos fueran los monjes quienes cultivaban, vendimiaban y elaboraban
con mimo el caldo que alegraba su mesa.