Pedro GPinto, aficionado a juntar letras. En setenta años que arrastra en su mochila no aprende. Jo

viernes, 24 de marzo de 2017

Aquella vaquera

Cómo no sería de bonita aquella muchacha para que don Íñigo, el marqués de Santillana exclamara arrobado: 
  
Moza tan fermosa
non vi en la frontera,
como una vaquera
de la Finojosa.
  …/...
No creo las rosas               
de la primavera
sean tan fermosas
ni de tal manera.

Liberando la imaginación uno piensa que sería poco más que quinceañera, aún no arruinada su dentadura gracias a una dieta predominante vegetal y tersa y limpia su piel que protegería con un pañuelo y quizás con una tosca pamela. 




Eran hermosas las vaqueras. Muy posiblemente los hombres que se dedicaban al cuidado de las vacas también gozaban de una calidad de piel muy superior a la del resto de sus contemporáneos. 

Y es que sin saberlo, estaban libres de una de las plagas epidémicas más antiguas de la humanidad: hay quien calcula que la viruela era mal endémico desde más de un milenio antes de Cristo. Las oleadas de la epidemia causaban miles de muertes y los que sobrevivían conservaban en el rostro las marcas y cicatrices de unos enormes y agresivos abultamientos que se llenaban de pus terminando por reventarse. 

Sin embargo lo habitual era que el ganado vacuno padeciera una variante de esa viruela, más benigna que la humana, y el contenido de las pústulas en contacto con la piel de los ordeñadores produjera en estos el efecto vacunación. 

La historia de la Medicina atribuye a Jenner la creación de un método científico de vacunación y es cierto, pero abundando en su conocimiento es obligatorio proceder con honradez y saber que la inoculación del contenido de esas pústulas a las personas para originar una viruela atenuada ya se había practicado siglos antes en sitios tan dispares como Turquía o el Perú donde hay datos en el libro  “Inoculación de las Viruelas”, publicado en Lima en 1778 por fray Domingo de Soria. 

Afortunadamente ahora se cumplen cuarenta años de que en 1977 se divulgara el último caso de viruela  contraída de manera natural, en Somalia por un hombre de 23 años. Sin embargo aún en 1978, y debido a un accidente por mala manipulación del virus en el laboratorio, una fotógrafa médica  lo contrajo y murió dicho año, significando la última muerte humana registrada por este virus en el mundo. La OMS declaró que la enfermedad ha sido totalmente erradicada de la naturaleza por el ser humano.